El 6 de mayo fui a visitar
BioCultura, en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Siempre es interesante
chafardear los nuevos productos (y no tan nuevos), aprender, conocer gente…
Este tipo de ferias suele dejarme un sabor agridulce, porque veo quien se
cuelga la etiqueta de ecológico y luego hace burradas (medioambientalmente
hablando), y casi siempre me llevo alguna reflexión para casa.
Hoy quiero compartir la reflexión
que surgió de esta feria, del buen hacer que vi y de cómo lo que observé a continuación me
hizo pensar en lo absurdo que tal vez haya sido el esfuerzo hecho por los
paradistas.
Pues estaba yo ese domingo a las 3
de la tarde, comiéndome un menú vegetariano “eco” en un patio interior del
recinto después de haber elegido entre montones de opciones y hacer una buena
cola, cuando me fijé en el plato y los cubiertos que me habían dado, y en los
de los demás visitantes que habían comprado en diferentes paradas. Lo que vi me
sorprendió muy agradablemente: todos
los platos eran de cartón reciclado o compostables, los cubiertos eran
compostables o biodegradables, y la mayoría de los vasos eran de papel. ¡Por
fin se habían puesto a ser sostenibles de
verdad!
Pues bien, me estaba yo mirando
mi cuchara de postre, en apariencia una cuchara de plástico blanco bastante
normal pero que al darle la vuelta ves escrito claramente en el mango
“COMPOSTABLE”, cuando me pregunté: ¿y la gente ya sabe dónde tiene que tirarla?
¿Se mirará la gente el mango de la cuchara o el culo del plato o el vaso antes
de ir al punto de reciclaje a tirar cada cosa en su sitio?
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Flipé. Reí por lo absurdo que me
resultaba. Me repuse, y pensé. Ese chico, como todas las demás personas que
hicieron lo mismo que él, estaba en una feria de productos ecológicos, por lo
que se le supone cierta sensibilidad/conocimientos respecto al tema. De hecho,
actuó de manera muy “ecológica”: no lo tiró todo junto a la misma papelera (¡cosa
que, paradójicamente, habría sido lo correcto en esta ocasión! En la papelera de
materia orgánica, claro) sino que se fijó en lo que tenía en la mano y tomó una
decisión. Pero se equivocó. Y como él, mucha gente, ya que al levantarme a
tirar lo mío, vi que el contenido de las papeleras no correspondía para nada
con lo que deberían contener. Me pregunto:
¿es falta de conciencia ambiental? ¿Falta de información, o de interés?
Yo sé que existen los cubiertos
compostables, y por eso me fijo si estoy en un sitio donde se supone que se
preocupan por el medio ambiente. Y sé que una servilleta manchada de restos de
comida también va a materia orgánica. ¿Qué falta para que el resto de personas,
aunque sólo sean las del tipo que van a una feria de productos ecológicos,
también lo sepa?
Y desde luego, si esas personas
con cierto interés o sensibilidad por temas ambientales no saben estas cosas,
¿cómo lo van a saber las personas a las que no les interesa? ¿Tiene sentido
promover el uso de vajilla compostable si luego acabará, en el mejor de los
casos, en la planta de reciclaje de plásticos?
En cualquier caso, parece que la intención es buena, pero
aún queda mucho por hacer
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